viernes, 11 de julio de 2014


En la calurosa noche de Julio, las farolas de las calles de aquel lugar desolado por la presencia humana bailaban al son de una canción de ultratumba. Repentinamente la luna echó a reír y los cabellos de aquel chico desorientado temblaron como si de un fresco viento de invierno se tratase.


Ese chico de cabellos largos, mirada aterrada y perdida, parecía mecerse sobre una fina brisa inexistente. Comenzó a zarandearse más rápidamente, casi parecía que estaba corriendo, pero era un mero teatro de borracho en medio de una calle repleta de piedras. Parecía huir de un humanoide. El chico, de repente, cayó al suelo y la figura lo atrapó.

Lo último que supieron de él sus amigos más cercanos fue una nota que encontraron en aquella calle oscura, en la cual ponía:

-“Eso posee unos cabellos pardos tan largos o más que los que aún poseo, destroza todo a su paso y parece tener un arma de mano que no consigo divisar…Parece una especie de cepillo. Llevo toda la noche fuera de casa y no espero aguantar mucho más de pié. ¡Tiene forma humana¡”-.

(Efectivamente, ese monstruo parecido a un humanoide era la madre de aquel pobre chaval, que tras aquella noche no volvió a probar lo que es para un ser humano la luz del día en su rostro acariciar) 

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